sábado, 29 de mayo de 2010

La Vejez (2)

Nuestro hermoso y fiel Dios, no escupe, ni rechaza, ni desprecia, como está haciendo el hombre a sus envejecientes. No desdeña, ni desconsidera al anciano, no lo considera como carga, ni como inútiles. No los relega por las generaciones venideras, o por las generaciones de relevo, como ahora se está utilizando con frecuencia.

Muy por el contrario, Dios en su infinita sabiduría usó, usa y seguirá usando al anciano, al envejeciente en el desarrollo y expansión de su reino. Los ejemplos registrados en las Escrituras son elocuentes en este sentido: Abraham fue llamado a servir a Dios teniendo una edad avanzada; la promesa de Dios a Abraham fue cumplida teniendo casi 100 años y Sara su esposa más de 90, que ellos ni siquiera lo creían.

Moisés tenía unos 80 años cuando El Señor lo mandó a liberar a su pueblo de Egipto y así aparecen muchísimos ejemplos más; de paso, los apóstoles no eran jóvenes cuando fueron elegidos, ni las condiciones académicas, ni sociales, ni intelectuales, ni de poder, le fueron necesarias para dicho llamamiento. De Pablo se dice que su presencia no era muy apreciable.

Sin embargo Dios usó a esos ancianos para su obra, el apóstol Juan fue usado por Dios a una edad muy avanzada para escribir el Apocalipsis, los padres de la iglesia y los mismos reformadores fueron personas cuyo rango de edades oscilaban entre la madurez y la ancianidad.

Siendo así las cosas, los ancianos y envejecientes sólo tienen que estar esperando en fidelidad, en trabajo y obediencia la obra de Dios a través del Espíritu Santo, para que sean usados o sigan siendo usados para el desarrollo y expansión del reino. No esperar en hombres, si no a Dios.

El sentir del creyente que conoce a Dios, que le ha sido fiel y que quiere terminar sus días a su servicio y no en un retiro vacacional, vano, sin sentido ni provecho, está expresado en el siguiente Salmo:

Psa 71:17 Oh Dios, tú me has enseñado desde mi juventud, y hasta ahora he anunciado tus maravillas.


Psa 71:18 Y aun en la vejez y las canas, no me desampares, oh Dios, hasta que anuncie tu poder a esta generación, tu poderío a todos los que han de venir.

He ahí lo que desea un cristiano conocedor de la voluntad de su Señor, he ahí lo que desea un creyente que conoce el destino final de las almas que rechazan Dios, y el destino de las almas aceptan a Cristo como su salvador. Anunciar, anunciar, anunciar sus maravillas, su salvación. No retirarse a vacacionar, ni a ceder a las generaciones venideras el mensaje, no, nunca, para el salmista eso sería un desampararo de Dios hacia él, sería una tragedia, un abandono, le quitaría su razón de ser, su sentido de vida.

Dios no retira al anciano que ha sido fiel desde su juventud del servicio de su obra, Es Dios y no hombre, El conoce el valor de su ancianito fiel.

Psa 92:12 El justo florecerá como la palma, crecerá como cedro en el Líbano.


Psa 92:13 Plantados en la casa del SEÑOR, florecerán en los atrios de nuestro Dios.


Psa 92:14 Aun en la vejez darán fruto; estarán vigorosos y muy verdes,


Psa 92:15 para anunciar cuán recto es el SEÑOR, mi roca, y que no hay injusticia en El.
Con la ternura y el amor con que Dios trata a sus ancianos y envejecientes no hay comparación, por eso es que, sólo en Él es en quien hay que esperar, sólo en Él, veamos:

Isa 46:3 Escuchadme, casa de Jacob, y todo el remanente de la casa de Israel, los que habéis sido llevados por mí desde el vientre, cargados desde la matriz.
Isa 46:4 Aun hasta vuestra vejez, yo seré el mismo, y hasta vuestros años avanzados, yo os sostendré. Yo lo he hecho, y yo os cargaré; yo os sostendré, y yo os libraré.

UAO!.. UAO!...UAO!

En la Biblia no hay retiro, en la iglesia no hay retiro, en la vida no hay retiro mientras se pueda salvar un alma de las garras del infierno y llevarla al paraíso, a la presencia misma de Dios.

El envejeciente, el anciano creyente conoce el poder que Dios despliega por la oración intercesora a favor de otros que el haga, por eso ora sin cesar, intercede ante el trono de la gracia, y esas intercesiones provocan y hacen que sucedan cosas maravillosas… y entonces les falta el tiempo para orar. El anciano conoce el provecho de la comunión con los hermanos en la iglesia y la utilidad del consejo oportuno a uno que otro necesitado, conoce el consejo desintereseado y la preocupación genuina por las almas, y actúa en consecuencia.

La vida cristiana presencial, en el local que mal llamamos iglesia; pues la iglesia es el cuerpo de Cristo, formado por todos los creyentes existentes en todo el universo; es muy corta. A penas se circunscribe al Domingo, y en éste, por algunas horas, en el mejor de los casos, en uno u otro día más de la semana, de manera que el resto de los días que le quedan a la semana la pasamos fuera de dicho local. Y es en esos días en donde la utilidad del anciano se hace mas manifiesta y relevante, se hace más evidente y diferente de la vida de aquel que ha llegado a la misma edad sin tener a Cristo como su Señor y salvador.

Veamos algunas diferencias y contrastes que existen entre un envejeciente que ha aceptado a Cristo como su Señor y Salvador y otro que no lo ha hecho:

Envejeciente con Cristo envejeciente sin Cristo

Esperanza de vida eterna /no tiene esperanza de nada.

Felicidad de vida /sin sentido de vida.

Dando frutos/ sentido de inutilidad.

Conoce su destino /no conoce su destino.

No teme a la muerte /le teme a la muerte.

Sabe para qué vivió y para qué morirá / no sabe cuál fue su finalidad en la vida.

Tiene propósito en su vida /no tiene propósito en su vida.
Finalmente, el desconsuelo que embarga la muerte de un no creyente, es abismalmente diferente al consuelo que experimenta el mismo hecho, en la familia del creyente.

Pero Dios sigue obrando, y en su obrar, llama a los envejeciente que no lo han aceptado como su Señor y Salvador para que lo acepten y alcancen la vida eterna. Para que tengan la oportunidad de experimentar el hecho de ser “prisioneros de esperanza”.

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